In: Adiós a la Filosofía y otros textos, Alianza Editorial, 1994.

Cioran, usted ha hablado frecuentemente del hastio. ¿Qué papel ha desempeñado en su vida el hastio, el tedio?

Puedo decirle que mi vida ha estado dominada por la experiencia del tedio. He conocido ese sentimiento desde mi infancia. No se trata de ese aburrimiento que puede combatirse por medio de diversiones, con la conversación o con los placeres, sino de un hastío, por decirlo así, fundamental y que consiste en esto: más o menos súbitamente en casa o de visita o ante el paisaje más bello, todo se vacía de contenido y de sentido. El vacío está en uno y fuera de uno. Todo el Universo queda aquejado de nulidad. Ya nada resulta interesante, nada merece que se apegue uno a ello. El hastío es un vértigo, pero un vértigo tranquilo, monótono; es la revelación de la insignificancia universal, es la certidumbre llevada hasta el estupor o hasta la suprema clarividencia de que no se puede, de que no se debe hacer nada en este mundo ni en el otro, que no existe ningún mundo que pueda convenirnos y satisfacernos. A causa de esta experiencia —no constante, sino recurrente, pues el hastío viene por acceso, pero dura mucho más que una fiebre— no he podido hacer nada serio en la vida. A decir verdad, he vivido intensamente, pero sin poder integrarme en la existencia. Mi marginalidad no es accidental, sino esencial. Si Dios se aburriese, seguiría siendo Dios, pero un Dios marginal. Dejemos a Dios en paz. Desde siempre, mi sueño ha sido ser inútil e inutilizable. Pues bien, gracias al hastío he realizado ese sueño. Se impone una precisión: la experiencia que acabo de describir no es necesariamente deprimente, pues a veces se ve seguida de una exaltación que transforma el vacío en incendio, en un infierno deseable…

Pero, ¿no demuestra eso que es usted un fanático de la vida?

La paradoja de mi naturaleza es la de que siento pasión por la existencia, pero al mismo tiempo todos mis pensamientos son hostiles a la vida. Desde siempre he adivinado y sentido el lado negativo de la vida, el de que todo es vacío. He sufrido fundamentalmente de tedio. Tal vez sea innato, nada puedo hacer. La palabra francesa que designa eso es absolutamente intraducible: cafard («desánimo»). Tengo cafard. Nada puede hacerse contra eso. Tiene que pasar por sí solo.

En el fondo, ya nada tiene significado para mí, vivo sin porvenir. El futuro está excluido para mí en todos los sentidos; en cuanto al pasado, es en verdad otro mundo. No vivo, hablando propiamente, fuera del tiempo, pero sí como un hombre detenido, metafisica y no históricamente hablando. Para mí no hay ninguna salida, porque carece de sentido que haya una salida. Así, vivo como en un presente eterno y sin objeto y no soy desgraciado por carecer de objeto. Los hombres deben habituarse a vivir sin objeto y no es tan fácil como se cree. En todo caso, es un resultado. Creo que mis pensamientos se reducen a eso: vivir sin objeto. Por eso escribo muy poco, trabajo poco, siempre he vivido al margen de la sociedad, soy apátrida y está bien así. Ya no necesito una patria, no quiero pertenecer a nada.

Señor Cioran, ¿no son siempre las reflexiones sobre la muerte una forma de conjurar el miedo? Puesto que no tenemos otra cosa que la vida, ¿hemos de estar por fuerza aterrados por la muerte?

Cuando yo era joven, pensaba en la muerte en todo momento. Era una obsesión, incluso cuando comía. Toda mi vida estaba b aj o el imp eri o de la mu erte . Ese pensamiento nunca me ha abandonado, pero con el tiempo se ha debilitado. Sigue siendo una obsesión, pero ya no es un pensamiento. Le doy un ejemplo: hace unos meses, conocí a una señora y hablamos de un conocido común, alguien a quien yo no había visto desde hacía mucho tiempo. Ella decía que valía más que no volviese a verlo, pues era muy desgraciado. No dejaba de pensar en la muerte. Yo le respondí: «¿En qué otra cosa quiere usted que piense?». A fin de cuentas, no hay otro tema. Desde luego, es mucho mejor no pensar en ella, pero nada hay de anormal en hacerlo. No hay otro problema. Precisamente porque yo he estado a la vez liberado y paralizado por ese pensamiento de la muerte, no he hecho nada en mi vida. Cuando se piensa en la muerte no se puede tener una profesión. Sólo se puede vivir como he vivido yo, al margen de todo, como un parásito. La sensación que siempre he tenido ha sido la de inutilidad, de falta de objeto. Podemos decir que es enfermizo, pero lo es sólo en sus efectos, no desde un punto de vista filosófico. Filosóficamente, es de lo más normal que todo nos parezca inútil. ¿Por qué habríamos de hacer algo? ¿Por qué? Creo que toda acción es fundamentalmente inútil y que el hombre ha frustrado su destino, que era el de no hacer nada. Creo que el único momento justo en la historia es el periodo antiguo de la India, en el qu e se hacía una vi da contemplativa, en el que se contentaban con mirar las cosas sin ocuparse nunca de ellas. Entonces la vida contemplativa fue verdaderamente una realidad.

Pero, ¿no querria decir eso que cada cual vive exclusivamente para siy no está nunca ahi para algún otro?

No, no. Yo no soy egoísta. Esa no es realmente la palabra apropiada. Yo soy compasivo. El sufrimiento de los demás tiene sobre mí un efecto directo. Pero, si mañana desapareciera la humanidad, me daría igual. Recientemente, he escrito incluso un artículo al respecto: (

Señor Cioran, un conflicto fundamental en el hombre es el debido a que el resultado de sus reflexiones no sea siempre conforme a lo que siente, a que haya siempre divergencias al respecto. ¿Puede remediarse ese conflicto y podriamos considerar los momentos en que el saber y el sentimiento coinciden como cimas en una vida humana? ¿O rechaza usted eso también?

El saber y los sentimientos raras veces hacen buenas migas. Para mí, sólo ha habido un descubrimiento en la historia mundial. Se encuentra en el primer capítulo del Génesis, donde se habla del árbol de la vida y del árbol del conocimiento. El árbol del conocimiento, es decir, el árbol maldito. La tragedia del hombre es el conocimiento. Siempre he notado que, cada vez que tomo conciencia de algo, el sentimiento que tengo al respecto resulta debilitado. Para mí, el título más hermoso que se haya dado jamás a un libro es Bewusstsein als Verhangnis («La conciencia como fatalidad»). Lo escribió un alemán, el libro no es bueno, pero ese título es la fórmula que resume mi vida. Creo haber sido hiperconsciente toda mi vida y en eso estriba su tragedia.

¿Hay aún, aparte de la filosofia, alguna ciencia que le interese?

No. ¿Sabe lo que me interesa? He leído un número incalculable de Memorias. Me interesa todo lo que sea relato de una vida, autobiografía, y me gusta mucho oír a alguien contarme su vida, decirme cosas de las que no hable con nadie.

Soy enemigo incluso de la Universidad. La considero un peligro, la muerte del espíritu. Todo lo que es enseñanza, ¡aún siendo buena, aun siendo excelente!, es malo, en el fondo, para el desarrollo del espíritu de alguien.

Hablando de Pascal: Es que usted, como él, es un hombre de fragmento y sus escritos son fragmentarios.

Si: todo. Pero mi caso es por otra razón. Es que me aburro. Cuando me pongo a desarrollar algo, lo considero una frivolidad. A pesar mío he profundizado en algunas cosas, ya que todo lo que he escrito gira en torno a las mismas cosas, pero no me gusta insistir, no me gusta demostrar. No vale la pena. Los que demuestran son los profesores.

Es usted como aquel tirano cuya figura menciona en alguna parte y que no se preocupa de dar explicaiones. Usted no demuestra, afirma, ¿no es así?

Eso es. Yo no dembuestro nada. Procedo mediante decretos: entre comillas, ¿verdad? Lo que digo es el resultado de algo, de un poceso interior. Y doy, podríamos decir, el resultado, pero no escribo el camino seguido y el proceso.

¿No es un poco anacrónico su clasicismo estilistico?

En mi opinión, eso no tiene importancia, porque las personas que me leen, lo hacen como por necesidad. Son personas que tienen, como suele decirse vulgarmente, problemas: lo veo por las cartas que recibo. Son personas deprimidas, preocupadas, obsesionadas, personas desdichadas, y no se fijan demasiado en el estilo. Se reconocen más o menos en las cosas que he formulado. Sin embargo, no me he planteado la cuestión de si es actual o no, si está pasado de moda o no. No podemos decir que sea actual, es un estilo bastante neutro, que carece de imágenes, que no es de una época exactamente. Hay una vertiente anacrónica, eso es evidente. Eso no cuenta demasiado.

Antes decía usted: ¿por qué escribir? La pregunta sigue en pie.

Para mí mismo. He notado que formular me sentaba bien. Porque me han planteado ese problema varias veces. En particular dos estudiantes de España, el único país en el que he tenido cierto eco. No es un éxito de libros, de ventas, pero despierta algo y me da gusto, porque siempre he sentido debilidad por España. En cambio, en Alemania, en Inglaterra, ¡nada! Es secundario… Conque recibí una carta que me impresionó extraordinariamente de dos estudiantes andaluces, que decían: «Su visión de la vida excluye la escritura, ¡lo dice usted mismo!». Respondí: «en el fondo, todo lo que he escrito lo he escrito por necesidad inmediata, quería librarme de un estado para mí intolerable». Por tanto, consideraba—y sigo considerando—el acto de escribir como una terapéutica. Ese es el sentido profundo de todo lo que he escrito. Y di a esos estudiantes una explicación algo más concreta de lo que entendía por función terapéutica. Dije: «Miren, si detestan a alguien, basta con que tomen una hoja de papel y escriban diez, veinte, treinta veces “Fulano es un cabrón, Fulano es un cabrón…”. Y, al cabo de unos minutos, te sientes aliviado, detestas menos». Bueno, pues, para mí escribir es exactamente eso, es atenuar como una presión interior, debilitarla: por tanto, una terapéutica. La verdad es que parece—insisto—un poco ridículo, pero es cierto. Para mí, el hecho de escribir ha sido extraordinariamente saludable.

Entonces, se me dirá: pero, ¿por qué publicar? Continúo: publicar es muy importante también, contrariamente a lo que se cree. ¿Por qué? Porque, una vez aparecido el libro, las cosas que has expresado se vuelven exteriores a ti, no del todo, pero sí en parte. Por tanto, el alivio previsto resulta aún mayor. Ya no es para ti. Te has librado de algo. Es como en la vida, todo el mundo lo dice: el que habla, el que cuenta su pena, se libera. Y el tipo mudo, el tipo taciturno, es el que se destruye, el que se derrumba o comete un crimen tal vez. Pero hablar te libera. Escribir es lo mismo. Son cosas muy evidentes, pero yo las he experimentado. Conque digo a todo el mundo: publique su manuscrito, qué más da, en último caso le sentará bien y todas las obsesiones de que habla tendrán menos importancia para usted… Por ejemplo, a mí me ha obsesionado la muerte toda mi vida, pero haber hablado de ella ha hecho que… siga obsesionándome, pero menos. Son problemas que no podemos resolver: son obsesiones justificadas… no son obsesiones, son realidades inmensas… Yo he escrito sobre el suicidio, pero todas las veces he explicado: escribir sobre el suicidio es vencer el suicidio. Eso es muy importante.

Pero, teóricamente, no deberia escribir una sola palabra ni publicar nada, si fuera absolutamente fiel a mí mismo, pero no puedo serlo, en la medida en que, pese a todo, me he hecho cargo de mí mismo, he querido acomodarme un poco a la existencia. Ha habido que aceptar ese tipo de avenencia, de transacción, que me ha permitido vivir. Estoy absolutamente convencido de que, si no hubiera escrito, me habría suicidado. Estoy absolutamente seguro de ello. Pero he proyectado esas cosas afuera, he expectorado.

¿Publicar es hacer entrar al otro en el juego?

Pero si es que no piensas en el otro. Cuando escribes, no piensas en nadie: cuando escribes lo que yo he escrito. Para mí, la humanidad no existe cuando escribo. Me trae sin cuidado. Y, cuando publicas, no piensas que te leerán. Pero, ¡qué va! Resulta increíble incluso hasta qué punto me asombra absolutamente que alguien me haya leído. Estoy seguro de que mis libros han servido sobre todo para ayudar a algunas personas. Por eso, me considero un marginal, fuera de la literatura. Tan sólo quería decir lo que sentía. Soy, como dije un día, metafísicamente marginal. Ahora bien, su objeción sigue en pie, porque lo normal sería ajustarse absolutamente a lo que uno es.

Escribe usted para si mismo y, sin embargo, recurre de buen grado al «nosotros», cuyo uso condena, por lo demás: «El plural implicito del “se” y el plural reconocido del “nosotros” constituyen el refugio confortable de la existencia falsa», ha escrito usted en Breviario de podredumbre.

Es un «nosotros» que no lo es. Cuando digo «nosotros», muchas veces lo que quiero decir es «yo». No es en absoluto el «nosotros» del político, el «nosotros» del profeta o Dios sabe qué, que habla en nombre de los otros. No es, desde luego, la multitud, no tiene el menor sentido colectivo. Nunca he hablado en nombre de nadie, pero es para evitar el «yo», que no es posible en ciertos casos, y para dar una apariencia objetiva a mis asuntos subjetivos. Es un truco literario, podríamos decir, para variar los giros y para infundir objetividad a ciertas afimaciones… ¡Y, aun así, ni siquiera soy yo necesariamente! Eso me supera, porque es aplicable también a los demás.

El literato es un indiscreto que desvaloriza sus miserias, las divulga, las remacha: el impudor. Es una frase de usted. ¿Autorretrato ?

Exhibirse resulta en cierto modo indecente, pero en el momento en que escribes no te exhibes. Estás solo contigo mismo. Y no piensas que se publicará algún día. En el momento en que escribes, estás tú solo contigo mismo o con Dios, aunque no seas creyente. A mi juicio, eso es, en verdad, el acto de escribir, un acto de inmensa soledad. El escritor sólo tiene sentido en esas condiciones. Lo que hagas posteriormente es prostitución. Pero, a partir del momento en que has aceptado existir, debes aceptar la prostitución. Para mí, todo tipo que no se suicida, está prostituido, en cierto sentido. Hay grados de prostitución, pero es evidente que todo acto presenta características similares a los de quien hace la carrera.

Pero siempre he dicho que hay dos impulsos en mí. Recuerde usted precisamente a Baudelaire, los postulados contradictorios, el éxtasis y el horror de la vida… Cuando sabes eso, esos postulados contradictorios, como él los llama, hay, lógicamente, contradicciones, cosas reprensibles, cosas impuras en todo lo que haces. Oscilas entre el éxtasis y el horror de la vida… No eres un santo. Las personas más puras son las que no han escrito, las que no han profesado nada. Son casos-límite. Pero, a partir del momento en que aceptas, en que te debates para vivir —para no matarte, digamos—, te avienes a transacciones: lo que yo llamo impostura. Para mí, eso tiene un sentido filosófico, evidentemente. Todo el mundo es impostor, pero también hay grados en la impostura. Pero todos los vivos son impostores.

•”…Para no atormentarse más hay que dejarse arrastrar a un profundo desinterés, dejar de estar intrigado por este mundo o por el otro, caer en el nada-me-importa de los muertos. ¿Cómo mirar a un vivo sin imaginarlo cadáver, cómo contemplar a un cadáver sin ponerse en su lugar? Ser supera al entendimiento, ser da miedo.”

•”…Pensándolo bien, más vale que no halla nada. Si hubiese algo, se viviría en la aprensión de no poder hacerse con ello. Puesto que no hay nada, todos los instantes son perfectos y nulos, y es indiferente gozar de ellos o no.”

•Si uno no creyese en su “buena estrella”, no se podría efectuar el menor acto sin esfuerzo: beber un vaso de agua parecería una empresa gigantesca e incluso insensata.”

•”Estás obsesionado por el desapego, la pureza, el nirvana, y empero alguien susurra en ti: ‘Si tuvieras el valor de formular tu deseo más secreto, dirías: “Quisiera haber inventado todos los vicios.”

•”Mis preferencias: la edad de las cavernas y el Siglo de las Luces. Pero no olvido que las grutas han desembocado en la Historia y los salones en la guillotina.”

•”Concebir un pensamiento, un solo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo.”

•Sobre San Pablo:

“Nunca le reprocharemos bastante haber hecho del cristianismo una religión poco elegante, haber introducido…la intolerancia, la brutalidad, el provincianismo. ¡Con cuánta indiscreción se mezclaba en cosas que no le concernían, de las que no entendía ni poco ni mucho!…Responsable de nuestros prejuicios en religión y en moral , ha fijado las normas de la estupidez y ha m ultiplicado las restricciones que paralizan aún nuestros instintos. De los antiguos profetas no ha guardado el lirismo, ni el acento elegíaco y cósmico, pero sí el espíritu sectario y todo lo que en ellos era mal gusto, charlatanería, divagación para uso de los ciudadanos. Examinad de cerca las famosas Epístolas: no descubriréis en ellas ningún momento de cansancio y de delicadeza…todo en ellas es furor, jadeos, histeria de baja estofa, incomprensión por el conocimiento, la soledad del conocimiento…una orgía de antropomorfismo…Del ruido que hizo, todavía percibimos los ecos. Sabía subirse a los tabladillos y clamar sus furores. ¿Acaso no introdujo en el mundo grecorromano un tono de feria?”