“Un caníbal en París”, por Rafael Narbona

El Cultural, Espanha, 08/04/2011

 

Cioran. Foto: Jaerry Abuer

Emile M. Cioran (Rasinari, Tansilvania, 1911-París, 1995) cultivó el desarraigo, el nihilismo, la desesperación y una autocomplaciente megalomanía: “Durante toda mi vida he alimentado la extraordinaria pretensión de ser el hombre más lúcido que he conocido”. Es imposible leer estas líneas y no recordar a Nietzsche, planteándose en Ecce Homo: “Por qué soy tan sabio? ¿Por qué soy tan inteligente? ¿Por qué sé yo algunas cosas más?”. Cioran poseía una personalidad tan acusada como la de Nietzsche, pero no hay ninguna convergencia esencial, salvo la hostilidad hacia la metafísica cristiana y el desprecio por una burguesía que identifica la excelencia con el éxito material. Nietzsche se consideraba un reformista, un pedagogo. Su ataque contra la tradición judeocristiana y el igualitarismo democrático está orientado a restablecer los valores aristocráticos de la Antigüedad grecolatina. Cioran se limita a destruir la noción de valor, sin ofrecer ninguna alternativa. Desde su punto de vista, todo es perfectamente insignificante. El ser carece de sentido y cualquier valoración es arbitraria e irracional. Es indiferente actuar o permanecer inactivo. Al final, todo se perderá en el mismo vacío insustancial.

Cioran invierte el famoso apotegma de Spinoza, según el cual “un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte”. No es cierto. Un hombre libre, racional y consecuente, sólo anhela “desnacer”. “Un hombre libre -prosigue Cioran- cultiva el desapego y entiende que el nacimiento es el más grave e intolerable de los males”. Nietzsche afirma que hace filosofía a martillazos, pero cuando finaliza su trabajo de demolición, rescata el amor fati del estoicismo: hay que amar la vida, incluso cuando nos trae el infortunio. Cioran no encuentra ninguna razón para amar la vida. De hecho, dedica muchas páginas al suicidio, sin ocultar su fascinación por un gesto que interpreta como una liberación: “El suicidio es el nirvana por la violencia”. El ser humano es una especie maldita y dolorosamente intrascendente. Pensar en Dios o en un alma inmortal es ridículo, pero no hay que afligirse por nuestra finitud. “No haber nacido -fantasea Cioran-, de sólo pensarlo, ¡qué felicidad, qué libertad, qué espacio!”. Cioran reconoce que ha cometido todos los delitos, menos el de ser padre. Al igual que su compatriota Ionesco, escribe en francés. Se ha comparado su estilo con el de Paul Valéry, pero en Cioran hay más intensidad, más apasionamiento. Su prosa está más cerca del espíritu irreverente y clarificador de los libertinos. En cierto sentido, recuerda al marqués de Sade, pero aplacado por la lectura de Lucrecio y Schopenhauer. Aficionado a los burdeles, Cioran no denigra el placer, pero se niega a transformarlo en un nuevo Absoluto. Hijo de un sacerdote ortodoxo, fantasea con ser el hijo de un verdugo, pero no repudia su infancia, un período de felicidad adánica, primordial, que empezó a resquebrajarse a los 17 años, cuando aparecen las crisis de insomnio. En esa época, comienza a estudiar filosofía en la universidad de Bucarest y en 1934 publica su primer libro: En las cimas de la desesperación. El título es grandilocuente y la prosa enfática, pero las grandes ideas de su pensamiento ya están formuladas con intolerable nitidez. Su nihilismo no es una pose filosófica, sino una actitud existencial que malogra su carrera como docente: “Un día me sorprendieron intentando enseñar a mis alumnos que todo está viciado, incluso el principio de identidad”. Sólo dura unos meses en el Instituto Andrei – Saguna de Brasov. Será su primera y única ocupación laboral.

Antes de marcharse a París en 1937, la influencia del profesor Nae Ionescu le pondrá en contacto con los círculos nacionalistas que admiran a Hitler. Su estancia en Berlín entre 1933 y 1935 sólo acentúa su entusiasmo por el nazismo. “Sueño con una Rumanía con el destino de Francia y la población de China”. Años más tarde, describirá su militancia política como una etapa de ofuscación caracterizada por “el extraño furor de la sumisión”, un sentimiento que también afectó a Mircea Eliade. Ambos se alistaron a la Guardia de Hierro y soñaron con una Rumanía imperial. En 1946, Cioran rectifica: “Ahora estoy inmunizado contra todo, contra todos los credos del pasado, contra todos los credos del futuro”. Superar el virus nacionalista no afectará a su pasión por España y sus escritores (Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Unamuno): “Si Dios fuera un cíclope -escribe-, España sería su único ojo”.

A partir de 1937, disfruta de una beca de doctorado en la Sorbona, pero no acude a clase ni trabaja en la tesis. Se dedica a leer compulsivamente y a recorrer Francia en bicicleta. En 1949 aparece su primer libro en francés: Breviario de podredumbre. La crítica reconoce de inmediato su importancia. El nihilismo de Cioran es más implacable que la náusea de Sartre. El ser humano no puede esperar nada: “Nuestro destino es pudrirnos con los continentes y las estrellas, pasear como enfermos resignados, y hasta el final de las edades, hacia un desenlace previsto, espantoso y vano”.

Cioran sostiene que las certezas se desvanecen cuando pensamos a fondo las cosas. Esta perspectiva no impedirá encadenar un libro tras otro: La tentación de existir, La caída en el tiempo, El aciago demiurgo, Del inconveniente de haber nacido. A pesar del reconocimiento, vive en una relativa pobreza, reivindicando su condición de apátrida y su existencia parasitaria, al margen de cualquier oficio o profesión: “Sólo una prostituta sin clientes es más perezosa que yo”. Pese a su obsesión por el suicidio, Cioran murió a los 84 años, con la mente abatida por el Alzheimer. En Breviario de podredumbre, había citado entre sus héroes a Kleist, Nerval, Weininger, egregios suicidas “que obtuvieron en la muerte la conclusión justa de su amor contrariado o satisfecho”. Sin embargo, aguantó el ultraje de la edad y la pérdida progresiva de su lucidez mental. ¿Acaso fue un impostor? Amante de las paradojas, nunca pretendió dejar un legado. Su escritura sólo refleja las contradicciones de un hombre que jamás se preocupó de complacer a los demás y que no ocultó sus pasiones más turbias: “A veces quisiera ser caníbal, no tanto por el placer de devorar a Fulano o Mengano como por el de vomitarlo”. Cioran fue un ogro exquisito y adorable que ahora se pasea por la eternidad con una flor marchita en el ojal. Desde luego, yo le echo mucho de menos y creo que no soy el único. 

Biobibliografía 

1911, 8 de abril. Emil Mihai Cioran (Émile Michel Cioran en francés) nace en Rasinari, en el condado transilvano de Sibiu, actual Rumanía, y que en ese entonces era parte del Reino de Hungría (Imperio austrohúngaro). 

1928. Asiste a la Universidad de Bucarest donde entabla amistad con Ionesco y Mircea Eliade, y se le vincula a movimientos de la derecha radical rumana de lo que más tarde se arrepentiría públicamente. 

1936. Publica su primera obra, En las cimas de la desesperación. 

1937. Viaja a París con una beca del Instituto Francés y se instala allí definitivamente. Publica De lágrimas y santos. 

1940. El ocaso del pensamiento. 

1946. Publica Breviario de los vencidos, escrito entre 1943 y 1946, durante la ocupazión nazi. 

1947. Renuncia a su nacionalidad y se declara apátrida. 

1949. Da a la imprenta Breviario de podredumbre, su primer libro escrito directamente en francés que será, además, su texto más conocido y aclamado. 

1952. Silogismos de la amargura. De mucha menor repercusión que el anterior es, sin embargo, el libro predilecto del propio Cioran. 

1956. La tentación de existir

1960. Historia y utopía

1964. La caída en el tiempo

1973. Del inconveniente de haber nacido

1986. Ejercicios de admiración

1988. La prensa francesa anuncia su suicido por envenenamiento. Pero la noticia resulta ser un tanto “apresurada”. 

1991. El crepúsculo del pensamiento. 1995. Muere en París tras varios años de sufrir Alzheimer.

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