“Tentaciones para ir a E. M. Cioran” (Rafael Pérez Gay)

NEXOS, 1 Julio, 1995

El fracaso.

Buena parte de la obra del gran escritor rumano-francés Emile M. Cioran (1911-1995) está construida alrededor de un tema que se volvió con el tiempo una pasión: el fracaso, personal, de los pueblos, del comunismo, de la filosofía, de la historia. Los dos libros donde esa pasión se expande con inmensa sabiduría y asombrosa fuerza estilística son Los silogismos de la amargura (Gallimard, 1952) y La tentación de existir (Gallimard, 1972). En este último escribió: “Fracasar en la vida, esto se olvida a veces demasiado pronto, no es tan fácil: se precisa una larga tradición, un largo entrenamiento, el trabajo de varias generaciones. Una vez realizado este trabajo, todo va de maravilla”. Por lo demás y como es notable que en estos tiempos ya nadie fracasa —sólo hay sucesiones de circunstancias adversas y éxitos mal entendidos—, Cioran es una rara especie de actualidad mexicana.

Pascal.

El más grande artista de la prosa francesa, Pascal, es una presencia sutil pero al mismo tiempo capital en la evolución literaria de E. M. Cioran. Es posible que Cioran haya amado en Pascal la disputa entre la ciencia y las letras, la controversia religiosa, el modelo de su sátira demoledora y, sobre todo, el hecho de que bien a bien Pascal nunca escribió un libro: publicó varios folletos que llegaron hasta nosotros como Les lettres provinciales y Les pensées, conjunto aforístico salido de una gran cantidad de notas recuperadas del enorme desorden que Pascal dejó cuando murió. Ese destino fragmentario y esa vocación por lo inacabado quedaron puestos en este aforismo: “Las obras mueren: los fragmentos no pueden morir, porque nunca han existido”. Se puede llegar a Pascal por el camino de Cioran.

El escepticismo.

Es un lugar común, pero es correcto: el escepticismo es el gran centro nervioso de la obra de Cioran, en La tentación de existir, seguramente la mejor prosa ensayística francesa de los últimos cuarenta o cincuenta años, así como en toda su producción posterior a 1956, Historia y utopía (Gallimard, 1960), La caída en el tiempo (Gallimard, 1964), El aciago demiurgo (Gallimard, 1969), e incluso los aforismos de El inconveniente de haber nacido (Gallimard, 1973), el escepticismo, un escepticismo trepidante, no sólo es el tema común sino, además, un método de trabajo, un conjunto de actitudes, como él mismo llamó a la obra de Nietszche, para explicarse las tres grandes zonas de su obra: la literatura, la filosofía y la historia. “La historia es indefendible. Hay que reaccionar respecto a ella con la inflexible abulia del cínico; o si no, ponerse del lado de todo el mundo, marchar con la turba de los rebeldes, de los asesinos y de los creyentes”. “La ingenuidad, el optimismo, la generosidad -suelen encontrarse en los botánicos, los especialistas de ciencias puras o los exploradores, nunca en los políticos, los historiadores o los curas… [+]

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