LA GACETA, septiembre 1990
Para saludar la aparición de su libro Sur les cimes du desespoir obra inédita, escrita en Rumania en 1934, Pierre André Boutang y Oceaniques habían programado la difusión, el 26 de marzo, de un documento único; una entrevista televisada de Cioran, realizado por Christian Bussy para la RTBF en 1973. en el último momento Cioran se opuso a su radiodifusión. Publicamos algunos fragmentos de esa entrevista excepcional que, a más de medio siglo de distancia, hace eco de las obras de juventud que descubrimos hoy.
Christian Bussy: A su llegada a Francia, en 1937, ¿intentó usted conocer a los escritores que le gustaban?
Cioran: Absolutamente no. Sólo lo hice cuando apareció mi primer libro, Précis de décomposition en 1949. Antes, yo no conocía a ningún escritor, ningún filósofo, ningún intelectual. Yo no pertenezco a ese mundo.
C.B: A pesar de todo, usted saltó la barrera…
Cioran: ¡Si se puede decir! Llevé por entonces, sobre todo, lo que se podría llamar una vida mundana. A comienzos de los cincuenta yo iba a los cócteles. Después de tres, tal vez cuatro años, me cansé. Siempre he vivido en el fondo, al margen de la sociedad.
C.B: A pesar de todo, escribir un libro es entrar a la sociedad. ¿Qué le decidió a escribir ese primer libro, en 1949?
Cioran: La historia d ese libro es bastante curiosa. Dos años antes, 1947, estaba yo en Dieppe y me divertía traduciendo Mallarmé al rumano. Cuando digo que me divertía, esa es una manera de hablar, pues de pronto me di cuenta de que eso era absurdo, que era tiempo perdido, puesto que yo no volvería jamás a Rumania, y que, en suma, estaba yo traduciendo a un ilustre poeta clásico a una lengua desconocida. Regresé entonces a París y tomé la decisión de escribir directamente en lengua francesa, por mi propia cuenta; ese es el origen de Précis de décomposition. Por lo demás, todo lo que he escrito, lo he escrito en momentos de depresión. No he escrito nunca uno de mis libros para hacer un libro, sino siempre con un fin terapéutico. Es difícil de expresar, pero mis libros no son tales.
C.B: A la pregunta, ¿por qué escribe usted?, respondía Paul Valery: Por debilidad. ¿Es éste, un poco, el caso de usted?
Cioran: Es mucho más que debilidad. Una especie de miseria, de descenso… El libro aparece después de eso y como un accidente.
C.B: ¿Escribe usted también acaso, para conocer a los hombres? ¿Para tener testigos?
Cioran: ¡Ah eso no! Cuando se escribe en estado de crisis, no se piensa en los demás. Si verdaderamente quiere usted que se trate de un diálogo, entonces sería…
C.B: ¿Un diálogo con usted mismo?
Cioran: No, con Dios. En el sentido en que mis libros son el encuentro de una soledad con otra soledad, pues Dios está más solo de lo que podamos estarlo nosotros.
C.B: Dicen que usted es nihilista. ¿Es verdadero esto, o falso?
Cioran: No, no soy nihilista. No soy nada. Digamos que tengo acceso de nihilismo. Soy un negador, ciertamente. A condición de precisar que la negación no es en mí abstracta sino visceral. Es… ¿cómo decirlo? Es como una explosión. Es un sentimiento difícil de analizar, de descubrir. Por ejemplo, dar una bofetada todavía es una afirmación. Yo doy bofetadas, sin duda, pero no afirmo nada.
C.B: ¿Por qué es Cioran un hombre rebelde?
Cioran: ¡Pero si yo no soy un rebelde! Un rebelde quiere remediar algo. Es un militante. Yo me siento cerca de Baudelaire y de Pascal, y no se puede decir que sean rebeldes.
C.B: Entonces, vamos lejos, ¿es usted un desesperado?
Cioran: Y bien, no, eso tampoco… Bueno, mi posición es ciertamente desesperada puesto que no lleva a ninguna parte. Pero es una situación que acepto y que, curiosamente, no me impide en nada vivir. Siempre me he dicho que si hubiese un remedio a esta situación, ya lo habría yo encontrado. Después de todo, no soy más tonto que cualquier otro.
C.B: Alguien tan severo como usted, ¿tiene, de todos modos, objetos de admiración, de amistad?
Cioran: Sin duda, siempre he tenido amigos, pero fuera del medio literario. Mis más grandes amigos no escriben.
Nunca he apreciado a las personas en función de lo que son. Hasta iré más lejos: en el plano metafísico, una conserje un poco inquieta es mucho más interesante que un filósofo infatuado por su sistema. De hecho, en la vida, se encuentran grandes escritores que no han comprendido nada.
C.B: De todos modos, una excepción: ¿Michaux?
Cioran: ¡Ah! ¡Sí! Un hombre admirable! Vivió largo tiempo en el mismo barrio que yo. Me encantaba hacerle hablar.
C.B: ¿Qué puntos comunes tenía usted con él?
Cioran: Difícil de decir… pero yo estaba fascinado por la manera en que él se apasionaba por el cine documental, científico. Lo comprendí después. Michaux quería agotar un tema, cualquiera que fuese. Ahora bien, la literatura, necesariamente, es escamoteo. En ese sentido, Michaux se salió de la literatura.
C.B: ¿También usted, cuando observa, agota un tema?
Cioran: No lo sé. Recuerdo que una noche, después de cenar, Michaux y yo hablando hasta las dos de la mañana. Habíamos hablado del destino del hombre; su voz cambió de pronto, y yo noté un temblor, una emoción; la idea de que el hombre pudiera desaparecer un día del planeta le trastornaba. Yo nunca le he perdonado esta emoción. Yo pensaba que esta hipótesis de una desaparición del hombre no era tan mala. Y en ese instante sentí una decepción.
C.B: Con el tiempo, ¿se ha vuelto usted más cínico?
Cioran: No, menos, mucho menos. En el fondo, con la edad, todo se agota, hasta el cinismo. Ciertamente, no tengo ninguna razón de renegar, de corregir o de suavizar todo lo que he escrito. Pero las cosas son de tal modo que una vez que se les ha expresado, se cree en ellas u n poco menos. ¿Por qué? Porque el hecho de escribir es, de todos modos, una profanación. Por ejemplo, tomemos el suicidio. El suicidio me obsesionó hasta el momento en que escribí sobre el suicidio. Después, pensé menos en eso. En eses sentido, escribir es una profanación: Matamos el tema. Todos los temas que he tratado los he matado, a medias. Mis obsesiones han disminuido.
C.B: Al llegar a este punto, debo plantearle la pregunta: ¿por qué no se ha suicidado usted?
Cioran: Fue la idea, la obsesión del suicidio la que me salvó, precisamente. Es una idea positiva, estimulante, sin la cual no habría yo soportado mi vida. El cristianismo ha cometido una enorme falta psicológica al proscribir el suicidio. Y lleva la pesada responsabilidad de haber desacreditado esta idea que, para mí, está ligada a la idea de libertad. Hoy puedo soportarlo todo, puesto que todo depende de mí.